Dejar
todo para alcanzar cada una de las metas que te propongas quizás no es el mejor
consejo que alguien pudiera dar, pero, sin duda, algunas cosas necesitan más
del 100% de tu atención.
Estoy
sentada en una mesa color café, vacía. Sin libros, sin cuadernos, y sobre todo
sin miles de copias con avances científicos intentando arrancarme la cabeza; en
su lugar, tengo una enorme taza de té negro, y unas papas fritas que lo acompañan;
en mi imaginación esa es una combinación sumamente perfecta, la realidad, es
otra.

La
elección del tema fue lo único que yo no cambie desde el 4 semestre de la
universidad, yo estaba segura que quería dedicarme al estudio de la muerte en
la población mayor, incluso si eso proporcionaba una curiosidad tan extrema que
propiciara mi suicidio en el intento de encontrar respuestas que yo misma me
hacía desde los 14 años.
Por
azares del destino, el suicidio nunca fue una opción, en su lugar fueron documentales,
noticias, libros, e incluso, platicas profundas sobre el tema entre copas de
vino; así de obsesionad estaba con el tema. Con el paso del tiempo, la
inclinación por una metodología distinta y “nada científica” según los
cuantitativos, elegí pertenecer al grupo de investigadores que luchan por hacer
ciencia empírica a través del actor social, en lugar de convertir a cada persona
en un número que terminará en una gráfica de colores tristes con una
explicación que no dará nuevas perspectivas; pero, ese no es el tema ahora y tampoco
pretendo que el mundo entienda su importancia en esta entrada; ¡Oye! Lo siento,
no quise ofenderte, sé que tú perteneces al otro extremo, pero, seamos amigos aun
así, te quiero amigo, a veces menos que hoy.
El
asunto es que yo necesitaba hacer algo con todo eso, no podía hacer poesía
porqué quería hacer ciencia, pero quería hacer poesía porqué me gusta, a su vez
quería escribir un libro con la idea de la muerte de una persona, mi muerte, tampoco lo hice, porqué quería graduarme y estudiar una maestría con una beca,
porqué yo no puedo pagarla por el momento; pero, entonces, enloquecí. La
presión de tomar una decisión sobre la modalidad de titulación para obtener mi
grado de licenciada me estaba matando, así es, ¡matando!, leíste bien. Enferme,
mi mente fue un mar de pensamientos irracionales, tenía ansiedad, estrés, panic
attacks (por llamarlo de una forma fresa), entre muchas otras cosas.
Finalmente,
mi pasión por la investigación obtuvo su medalla de primer lugar, en otras
palabras, dije sí a preparar una tesis para graduarme de la Universidad.
¿Segura? ¿Qué? ¿Cuándo te vas a graduar así?, fueron algunas de las preguntas que
me hacían las personas, y, aunque la primera mitad del año en que tome mi
desición me disparaba frente al espejo con las mismas preguntas, siempre me
repetía “Patsy, necesitas una beca, y si debes morir en el intento, pues que
así sea”; debo admitir que me gustaba dramatizar el asunto colocándome frente al espejo, mirando
mis ojos, atándome una coleta, arrugando el entrecejo a la par de una respiración
profunda antes de decir “que la ciencia te lo recrimine si escribes estupideces
en tu afán de tener una beca para seguir estudiando” “¡Que la ciencia y todo el
mundo te mate si no aportas nada nuevo al tema!” o algunas veces decía “lindura,
tienes que hacer un buen trabajo, ¿escuchas? ¡UN BUEN TRABAJO!; en fin, el
tiempo avanzaba, con ello mis aspiraciones, la necesidad económica avanzaba,
así como otros miles de proyectos que quería hacer porqué sentía o siento, que soy
tan grande y aún no hago nada con la vida, nada que valga la pena.
En fin, un día hablando con un chico de ojos bonitos y manos hábiles con la guitarra
dijo: “vas a tener esa beca” y ¡se hizo el hechizo! recordé que necesitaba apurarme porqué
realmente quería lograrlo, porqué me gusta, porqué puedo, porqué creo que el
mundo lo necesitará algún día, sobre todo cuando la muerte toque a sus puertas
y no entiendan absolutamente nada, igual que yo.
Los
dedos hicieron magia, la laptop soporto todo el peso del estrés encima, y mis
papás y amigos la cara de amargada que tenía cuando estaba cansada; por las
noches era la bellísima tesista soñadora, por las mañanas era la asistente fiel
en una linda oficina, a media tarde era cansancio, hambre, hambre, y más
hambre; o mejor dicho, una ansiosa en toda la extensión de la palabra.
Poco
a poco, el barro dejo de ser simple barro y comenzó a formar parte de una materia
esencial para la creación de una pieza artística; el humo de los coches formaba parte de una secuencia inmensa infinita, mientras que el sonido del teclado y
la música en ingles acústica formaban una ceremonia religiosa; un día incluso,
coloque una veladora junto a un árbol de la vida; ore a la naturaleza por
ayuda, yo pensaba “yo ayudo para que tú estés mejor, ayúdame a encontrar la
esperanza que necesito para terminar esto” el té negro en pequeñas porciones se
convirtió en una taza de unos 15 cm de altura de pura droga, y el cabello se peinaba
solo, incluso. Así de maravilloso estaba siendo el proceso.
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